El brasileño ha encontrado en el regazo de su excompañero una situación idílica para renacer
Cual regalo de Reyes, Philippe Coutinho arribó al Barcelona en un 6 de enero. Quizá fue el regalo de Reyes más caro de la historia, figurando la cifra de traspaso entre 135 y 165 millones de euros. El brasileño era un escándalo en el Liverpool, siendo un jugador por el que pagar una entrada, pero su salida beneficiaba tanto a reds como al brasileño. Desde la llegada de Jürgen Klopp, los de la ciudad del Mersey adquirieron de manera diáfana un estilo de juego tremendamente directo. El campo se inclina a las bandas, residiendo el balón en los laterales (especialmente en Trent Alexander-Arnold) y en los extremos, siendo la velocidad el estandarte de la filosofía del preparador germano. Es por ello que, a pesar de desprender calidad a raudales, el bueno de 'Cou' no tenía hueco, pues ralentizaba los planes de los de Anfield, queriendo siempre mejorar la jugada con abundancia de balón en tres cuartos de campo. Por tanto debía salir, ofreciendo el Barcelona una situación soñada a los ingleses: una fortuna inimaginable por un futbolista al que se le buscaba salida -eso sí, con muchísimo cartel-. Entonces fue cuando concluyó la etapa del habitual en la Canarinha como jugador del Liverpool, dejando atrás grandes vivencias y compañeros con los que coincidió que, más tarde, volvería a ver -alerta spoiler-, como Steven Gerrard, aunque eso toca más adelante.
Los puntos que definen su etapa en el Barcelona
Al llegar a la ciudad condal ofrece un buen rendimiento, asociándose fácilmente con las estrellas culés, quienes esperaban que el compatriota de Neymar ocupase el vacío que este último había dejado. No se cumplió. En la entidad blaugrana nunca encontró al mejor Philippe, existiendo varias situaciones que definen a la perfección su estancia en LaLiga (la segunda, ya que en el Espanyol, allá por el 2012, rindió pero que muy bien, alejándose de ser un presagio de su segunda etapa en Cataluña). La primera de ellas puede ser la recién mencionada, pues logró un mejor nivel -en función al jugador que era en cada momento- siendo no solo el mismo país y costumbres sino la misma ciudad y competición.
Otra de esas señas es el desenlace continental de la temporada 2017/18. Mientras que el Barcelona, club al que se acababa de unir el entonces 14, caía en cuartos tras una tragedia grecorromana en la que no pudo participar -ya había jugado con el Liverpool en Champions-, su exequipo alcanzaba la final, en la que cayó ante el Real Madrid (eterno rival culé, para más INRI). Lo único que el de Río de Janeiro guardará con aprecio de aquella competición fue la medalla de subcampeón, ya que los Scouse estimaron oportuno dársela al haber participado en dicha campaña.
Sin ninguna duda, la más dolorosa para el canterano de Vasco da Gama fue la de la temporada siguiente. En semifinales se vio las caras con sus antiguos colegas británicos. Seguramente rondaba en su cabeza la sensación de andar como funambulista entre éxito y fracaso, pudiendo afrontar su fichaje como un paso adelante al eliminar a su antiguo club o viceversa, si eran los del Txingurri Valverde los caídos. La ida pareció prever la primera tesitura con un 3-0 en el que el de la Verdeamarela partió de inicio. No era síntoma de éxito, puesto que hizo lo propio en la vuelta.
Coutinho vivió en sus carnes una de las noches más negras de la historia reciente del Barcelona, siendo más duro aún -si cabe- en el plano personal. Sobre el césped en el que el mundo entero vio 'su prime' se dilapidaba su trayectoria en su nuevo club. Ante las gradas que le vieron ser feliz cayó a la lona tras cuatro directos a la mandíbula de sus excompañeros, más dañinos al no recibir ni un atisbo de respuesta.
La última marca que define con gran precisión su estancia en el cuadro catalán está cargada de tintes irónicos. Aterriza cedido en el Bayern München y, sin destacar por lo alto ni por lo bajo -cuajando excepcionales pero esporádicas actuaciones, como los choques ante Werder Bremen o Köln entre otros-, se enfrentó al club al que pertenecía (y aún pertenece).
Volvió a participar en otro acontecimiento continental ominoso de la vida culé, pero, en esta ocasión, como verdugo. Los teutones destrozaron sin piedad a un desdibujado Barcelona, sumándose el carioca a la fiesta de manera tardía. Partiendo desde el banco de suplentes, anotó los dos últimos goles, que dejó en evidencia por todo lo que ello conllevaba a la situación. Era necesario extenderse en lo que precede al personaje para entender su frustración, contextualizarlo y visualizar su posterior liberación.
Uno siempre vuelve donde fue feliz
Finalmente, tras otra temporada y media austera -nominado al eufemismo de la semana-, retornó a la Premier League. Ya era hora. Lo que es un paso atrás en cuanto a magnitud de equipos apunta a resultar un paso adelante en su carrera (o incluso varios). En el Aston Villa (cedido con opción a compra de 40 millones, la cual está intentando ser rebajada) encuentra todo lo que el fluminense necesita para volver a ser estrella. Y eso es precisamente lo primero, ser la estrella. A pesar de la innegable calidad de los villains, con jugadores de talla mundial como John McGinn, Emi Buendía, Matty Cash, Danny Ings o el Dibu Martínez, a nadie se le escapa que Philippe Coutinho a buen nivel es líder en el 85% de los equipos de la categoría de oro del fútbol inglés.
Sin embargo, un aspecto más importante que el mencionado es la compañía que tiene en Birmingham, aunque no precisamente sobre el verde. Tampoco en su vida privada, si no en el banquillo. Es un hecho que el principal motivo de su llegada es Steven Gerrard. La leyenda del Liverpool recaló en el banquillo de Villa Park con la temporada ya empezada y su mano se ha notado no solo en cuanto a juego, percibiéndose una brutal mejoría.
Es en el mercado de fichajes donde 'Stevie' ha sido diferencial. A base de llamadas telefónicas -y una propiedad dispuesta a invertir sin cesar para que el Villa vuelva a ser el grande que fue, campeón de Europa en 1982-, ha reforzado a su equipo con futbolistas de tremebunda talla, como Lucas Digne y, sobre todo, el tan repetido Coutinho.
Jugador y técnico fueron compañeros en Anfield Road durante tres temporadas, coincidiendo el ocaso de la estancia del capitán y el ascenso meteórico del todavía jugador. Ahora, en el regazo de una persona con la que se complementó para alcanzar el pico de su carrera, aspira a volver a ser, a sentir y a disfrutar del fútbol, algo que ya está haciendo.
En su debut ante el Manchester United, inició como suplente pero fue presentado en sociedad minutos antes de que comenzase el duelo, recibiendo una enorme ovación. La expectación rozaba un alto techo que no vaciló en romperse. Ingresó en el 68' con un 0-2 en el marcador, guión exigente para su estreno. Le importó poco. En el 77', encontró un peligroso balón en área rival, que acabó en las botas de un Jacob Ramsey que redujo diferencias. No fue asistencia del 23, ya que el último en tocar el cuero antes que el goleador fue su compatriota Fred, pero no se iría de vacío estadístico del duelo.
En el 82' desató la locura con el tanto del empate, asistido por el mencionado Ramsey, con quien ha engendrado una conexión prometedora, palpable en encuentros como el que los enfrentó al Leeds United. En Coutinho ha encontrado Gerrard -parafraseando al Pucho más rapero- el segmento dibujado que hace ver la arista, la línea que faltaba para ver el prisma. Un prisma que ahora cobra fuerza con un aumento de competitividad en diversas demarcaciones, aunque aún quedan líneas -y barras- por ver.
Aún queda campaña por delante, pero es preciso apuntar lo mencionado ya que incluso en los dos últimos partidos, saldados con derrota, la influencia de Coutinho es capital, tanto en creación y dirección de juego como en último pase y finalización, siendo un satélite que orbita el área rival, siempre peligrosamente.
Su míster está esculpiendo en él una obra que podría representar el Renacimiento, no como movimiento artístico -aunque, a veces por juego también lo parece- si no como concepto vital. Philippe Coutinho ha vuelto a nacer, y lo ha hecho en el nido de Steven Gerrard. Como cantaría cualquier villano, aludiendo al mítico tema de Wham!: Wake me up before you go go, who needs Grealish when ya got Coutinho.
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